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Pablo Semadeni: Mutaciones Argentinas

Escribe: Pablo Semadeni (Escritor e historiador) Especial para Diario Líder

Locales 01 de junio de 2023 Diario Lider Diario Lider

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Canibalismo argentino

Diferentes sectores sociales de la Argentina han terminado por devorarse a sí mismos. El capitalismo especulativo y rentístico frustró el proyecto liberal, como asimismo la falta de racionalidad y de sustentabilidad a cualquier programa de base popular. Ambas formas fallidas del dilema americano. Nos queda ahora el canibalismo argentino, que, en cuenta gotas, malogra haciendas y generaciones.

El Estado Nación también ha concluido en un fallido, emergiendo tribus y retazos sociales que se enfrentan entre sí. En este marco los fuertes devoran a los débiles, sin importar su mérito o nobleza, ya que estas cualidades han pasado a ser combatidas con ahínco. No basta la sabiduría ni la prudencia, ya que el Mal siempre le llega a cada uno en su debido momento.

El país es una ruina de escombros y sus supervivientes miran hacia arriba procurando evitar la muerte física y espiritual. Los odios y los rencores del pasado nos atenazan a cada momento, anudándose a nuevos solapamientos que se despliegan como un ovillo asfixiante. El país adquirió la perfecta forma del tango, genero rencoroso que nos silabea con frialdad. Triste epitafio.

Rufianismo

Una guerra civil larvada asola la Argentina. Por ahora una guerra civil de los espíritus, que pavimenta el camino de crímenes civiles y de malos tratos cotidianos. Ya hemos superado, por lo tanto, el primario nivel de la anomia sociológica, para ingresar en un cuadro anárquico, resultando impotente el Estado a la hora de administrar las demandas sociales.

La cínica elite gobernante ha convertido a los argentinos en rufianes, mientras que, escondida detrás de las bambalinas de la historia, se abroquela como casta, divide y entretiene, aunque sabe que el tiempo se le agota. El país ha quedado obsoleto y anacrónico, a pesar de la pirotecnia que los dirigentes esgrimen en cada uno de sus actos electorales. Envilecieron a la sociedad y la despedazaron, no distinguiendo la aturdida población a los prestidigitadores y verdugos. Como se sabe; el síntoma de los pueblos vencidos.

La consigna desde hace cinco décadas fue nivelar hacia abajo, justificar la decadencia, administrar el colapso programado. El rufianismo social implica robar un celular, negar un contrato verbal o escrito o quedarse con un vuelto. A esto hemos llegado, nuestro destino como Pueblo.

Pueblo

Ya no existe el Pueblo argentino, esa entidad idealizada a lo largo de la historia moderna de la Argentina. Hoy la fragmentación social se impone, los planos abigarrados, incluso los indicios de un Pueblo tumbero y ladrón. Así, esta entidad ha perdido su razón de ser, aunque un discurso político de ultratumba se complace en evocar lo que ya es un fantasma.

La cultura de ese Pueblo imaginado ha sido degradada. Por lo que hoy más que de Pueblo debemos hablar de sectores pauperizados y que se ahogan en la condición lumpen. Se los distingue al caminar como matones por las calles o cuando sonríen sin dientes.

La nostalgia es uno de los sentimientos de este colectivo humillado, síntoma de los pueblos que miran hacia el pasado y que se hunden en el infierno. El Pueblo se ha convertido en una correa de transmisión para intereses ajenos, en un campo de maniobras para las luchas tácticas del pasado. No ve ni comprende y padece los espasmos de una vida insufrible. Ni siquiera es plebeyo, groncho o grasa. Por lo tanto, deberíamos conceptualizar esta nueva entidad.

República Argentina

Tampoco existe la República Argentina, Sí en los papeles, en la Constitución Nacional, pero no así en el espíritu de este hipotético país invocado. La Vieja Argentina se ha extinguido, aunque se pretenda resucitarla con himnos y con consignas para niños. Y la Nueva Argentina no termina de amanecer, por lo que hoy nos agobian monstruos de transición.

Argentina ni siquiera es republicana ni federal, ya que todo se negocia arteramente entre las provincias y el gobierno central. Muchas provincias del interior han devenido feudos de rancias familias, donde no existe la economía privada y, como se sabe, se debe bajar la mirada ante los poderosos.

Argentina no existe más porque todos la han repudiado en sus corazones, por su injusticia y sus malos tratos. Es una entidad muerta en espíritu, que no se materializa en la solidaridad ni en la cooperación ciudadana. En el peor de los casos, Argentina se ha convertido en una bestia desbocada, que es gobernada por quién puede y cómo puede. Los dirigentes no saben qué hacer con ella, tan sólo impulsarla hacia el vacío.

Argentina fue una mala idea que quedó a medio hacer. Hoy nos sonríe cínica y resentida.

El Estado

No existe el Estado argentino, al menos en el sentido que le otorgaba Hegel; la ética desplegada de una comunidad. Porque no hay comunidad. Hay clases y castas enfrentadas, una sociedad corporativa y miserable, un empate hegemónico que está hundiendo a todos sin remedio. Nada parecido a la virtud, sólo mero cálculo.

El Estado y sus funcionarios administran un aparato coercitivo y taimado, extrayendo recursos de la sociedad y no ofreciendo ningún servicio significativo a cambio. El Estado se ha convertido, entonces, en una maraña de sedimentos y de nichos sociales, encargado, en nuestros días, de bloquear las transformaciones de fondo. Es el permanente statu quo que conduce al colapso, la defensa acérrima de los verdaderos privilegiados.

El Estado se ha convertido en un aparato de control social y de regulación de estímulos hieráticos. No tiene ética, carisma ni espíritu. Torna la vida imposible, ciertamente se ha convertido en un Estado de Malestar.

Como mencionamos, el Estado argentino ya no brinda los servicios básicos; seguridad, salud, educación. Por lo tanto y como recuerda la historia, este tipo de Estado está destinado a desaparecer en su dimensión central. De este derrumbe quizá surjan municipalismos y regionalismos, la verdadera caja de resonancia de la sociedad. O tal vez un aberrante cuadro anárquico, como ocurrió en 1820.

Reemplazo

Hoy está ocurriendo un reemplazo histórico, cultural y social de profundas consecuencias en la Argentina. Étnicamente la sociedad se ha modificado durante las últimas décadas, producto del aluvión de personas de otros países de América Latina. Vale decir; Argentina se latinoamericanizó. Nada queda ya de su orgullo pseudoeuropeo (siempre una falacia), nada queda de sus edificios públicos y de su provinciano esplendor. Además, debemos agregar la masa de delincuentes y de desesperados que conmueven a las grandes ciudades, nuevas masas en disponibilidad que impulsarán un cambio cultural y sociológico inimaginable.

El reemplazo se ha dado también en las creencias culturales, fundamentalmente las de la clase media de origen europeo, ridiculizándose su constricción al trabajo y al esfuerzo. Este reemplazo en los valores sociales es alentado por una facción de la elite, que se complace en combatir el mérito y la planificación, arrasando la estabilidad y la reproducción de la sociedad. La clase media es la principal perjudicada por estas transformaciones, diríamos el nuevo enemigo histórico a erradicar, ya que se encuentra pauperizada económicamente y asediada culturalmente. Así, se está preparando la base para una nueva sociedad.

Encierro defensivo

Ante este cambio histórico con forma de descomposición social, cada segmento social se encierra en un odio que perfuma la época, dentro de su propia trinchera medieval. El Estado Nación se encuentra inerte y de su seno vuelven a emerger tribus erráticas y antiguas querellas. Así vivimos un encierro defensivo, cultural y social, una hostilidad epidérmica pero también de las ideas. Nada se quiere saber sobre los argumentos del otro, pero el culpable de esta situación es nuevamente la elite dirigente, que azuzó a la sociedad para dividirla y para triunfar en efímeras pugnas sectoriales. Como se sabe, un arte efímero, un perpetuo rechinar de dientes. Finalmente, el proceso histórico se le fue de las manos y, como mencionamos, adquiere inquietantes relieves de enfrentamiento civil. La política de dádivas se le está agotando a la elite dirigente y va quedando su juego al desnudo, es decir; el mantenimiento de sus privilegios de casta, que la pauperizada sociedad no alcanza a entrever. Castas que son un maleficio americano y que deben remontarse al periodo colonial.

También hay que señalar un discurso anti verdad y del odio que atormenta los corazones. Por eso, hoy vivimos en un encierro defensivo, en una nueva era oscura. Nuestra Modernidad periférica finiquitó de la peor manera. Siempre fue frágil, pero pocas veces se la trabajó con paciencia y amor. Las pasiones y los conflictos fueron mal resueltos. El resultado es el que tenemos ante la vista. Un mundo que se deshace y que nos arrastra hacia la diáspora y el dolor.

No se observan, por otra parte, reservas espirituales para enfrentar esta situación con grandeza, para colocar a la sociedad argentina sobre un nuevo umbral, para que

encuentre indicios de cooperación y de convivencia. Porque la pregunta del momento es: ¿queremos seguir conviviendo? Si no se puede lograr esto mucho menos vamos a comprender las transformaciones planetarias que se están gestando y que nuestra mente estrecha se niega a atender. De hecho, Argentina terminó convertida en una aldea rencorosa, haciendo gala de una ignorancia que es su orgullo.

Nueva sociología

Poco queda de la estructura social de las décadas de 1960 y 1970 en Argentina. Hoy los factores de poder ya no son la Iglesia ni las Fuerzas Armadas, pero sí los sindicatos, algunos grupos empresarios, la clase política y el movimiento piquetero, este último convertido en una poderosa corporación hegemónica, que extrae de manera extorsiva los recursos de la sociedad. Queda claro que la extinción de la clase media es cuestión de tiempo (hoy se la identifica como los "nuevos pobres" o "pobretariado"), sería al fin un alivio para muchos, ya que se podría rebajar las expectativas y nivelar definitivamente hacia abajo.

También hay que mencionar la precariedad reinante (nueva clase del Precariado) y que los salarios no alcanzan para vivir dignamente (Pobretariado). Mientras, la informalidad sigue profundizándose, a la par del viejo debate sobre el Desarrollo, los dilemas de una sociedad dual que enfrentan a la Tradición y a la Modernidad. En este combate las fuerzas más retrógradas parecen haberse impuesto, empujando a todo el resto hacia la pobreza generalizada. Para sumar mayor malestar, de manera paralela han nacido verdaderos monstruos sociológicos, producto de las colisiones de la historia, pudiéndose mencionar a los Tumberos, los Pibes Chorros y el Movimiento Piquetero, que nació bendecido como una futura panacea pero que, luego de veinte años de vida política, ha quedado encallado en el clientelismo político, en una corporación más.

De la oligarquía pampeana, por su parte, ya poco queda, tal vez algún anciano o anciana recluido en sus hogares. La hegemonía política, económica y cultural que mantuvo entre 1880-1930 se diluyó hace mucho tiempo. En la actualidad sus descendientes se han diversificado, atendiendo tanto la economía primaria como la financiera, derivando sus recursos hacia fuera. Por el contrario, la oligarquía en la actualidad la conformarían los nuevos grupos de privilegio, como algunos sindicalistas, la clase política, algunos artistas y deportistas de elite, los empresarios prebendarios y los líderes de los movimientos sociales, que esgrimen un poder irracional y destructivo. Argentina misma se ha convertido en una hecatombe de irracionalidad y pasiones, en un perpetuo rechinar de dientes. A esto hay que sumar las mafias y las corporaciones, que viven en el radio y en el extra radio del Estado argentino y que impiden que la sociedad despegue. El nepotismo y el amiguismo sirven en la actualidad para asegurarse un puesto espurio, ya que se afirma que no hay mérito. Como se ve; un sálvese quien pueda que nos llevará hacia una nueva Barbarie.

En este doloroso contorsionismo vivimos hoy, sin valores y procesando una profunda crisis moral. Como se sabe; la fuente de toda comunidad.

Universalismo Planetario

Pero acaso desde las ruinas se pueda esbozar una Utopía o un nuevo Contrato Social. Esto a despecho de los cínicos que se encuentran vencidos por las circunstancias, que resignadamente han aceptado el cuadro vigente. Porque se trata de refuncionalizar los

planos y los relictos de la actual Argentina, sus traumas y desperdicios. Una agenda del futuro que nos permita vivir sin disimulos, aunque para lograr esto habrá que identificar a los verdaderos defensores del pasado, muy bien ocultos detrás de aparatosos retratos ajados. Su agenda de los muertos apesta y está hundiendo al país.

José Vasconcelos afirmaba que América Latina constituía una "raza cósmica", debido a los compromisos morales e institucionales que debió aceptar a lo largo de su historia. Malamente hasta ahora y con forma de indigestión. Por lo tanto, hay que darle alas al talento ahogado de nuestro país, antes de que sea expulsado para siempre de nuestra Patria. Genios solitarios produce la cultura de los argentinos, que salen escupidos de la carne enferma de la sociedad y que nos demuestran lo que podríamos llegar a ser, si acaso tuviéramos el talento como para ponernos de acuerdo. Pero encontramos aquí que todavía estamos postrados en los socavones, sumidos en querellas sin sentido, en vez de ocuparnos del escenario planetario que adviene, cuya desafiante agenda nos habla sobre la reproducción de la especie. Será eso o la dolorosa dispersión, que también parece aquejar a los adocenados intelectuales, que viven en sus estrechos cubículos infectados de narcisismo y vanidad.

La política, al parecer, no puede ocuparse ya de esta agenda naciente, ya que se encuentra custodiando los cadáveres del pasado, convirtiendo su métier en un arte efímero que arroja cada vez peores resultados. Por lo tanto, se debe reeducar y subordinar al personal político, para que triunfen otras sensibilidades, para que nuestra Argentina no se diluya como una amarga sombra. Será eso o un largo adiós que ya se siente.

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